28 de junio de 2012

Política y Fútbol



Como dijo Eduardo Galeano "Estamos en plena cultura del envase: el contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo, y la misa más que Dios".

El escritor Uruguayo es bastante contundente e ilustrativo en su afirmación, sin dejar lugar a la duda. El envoltorio es más importante que el fondo de las cosas. El color (sentimiento, sabor...) con el que se nos venden las cosas es más importante que la cosa en sí, lo que ello implica o destila. A este respecto, el fútbol (deporte) y la política, con pequeños matices, se han convertido en la misma mierda. 
Ya no importa el fondo, el análisis, el germen, la esencia que motiva una política determinada, o un partido de fútbol. El objetivo justifica los medios. Se miente, se pervierte la realidad, se falta a la dignidad, al respeto... incluso se insulta a la inteligencia humana. Pero, con el sentimiento patrio hemos topado. La irracionalidad de la pertenencia a un sitio u otro (que aquí no vamos a negar, pues todo el mundo siente algo en mayor o menor medida por el lugar de donde proviene) es superior al espíritu crítico, al análisis racional y minucioso, a la infalible comparación entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se cuenta y lo que realmente ha sucedido...
La gente, la sociedad -y perdonen todos los que se sientan diferentes por verse incluidos, es lo que tiene generalizar-, no tiene un conocimiento o idea propia con la que uno comulga, o se identifica. Esta sociedad compleja de entender en sus funcionamiento (gestión económica, legislación, jurisdicción, diplomacia...) está a merced de los grupos de presión y de los grupos de opinión. Mucha gente que cree que sabe, con frecuencia es gente estereotipada, metida en un grupo homogéneo con el que se identifica -y esa identificación de masas ya es contradictorio en sí a la defensión de un ideal personal- y repite premisas bastante sencillas a modo de mantra. Si les cambias las preguntas están perdidos en el extenso océano del desconocimiento -y cuando se recurre ya al orgullo, el resultado es todavía más sonrojante-. No tienen ideología, un pensamiento (sesudo, razonado y razonable) de como deben ser las cosas, se adscriben a un grupo o eligen entre dos que debaten confrontadamente. ¡Eso no es tener criterio propio señores! 
Es lo que tiene una sociedad que margina y repugna la otredad, la diferencia, la peculiaridad, la voz discordante, el pepito grillo de turno... junto a la ya extendida cultura del picoteo, donde fácilmente uno puede leer o escuchar una opinión sobre casi cualquier tema, pero sin entender, ni interiorizar, ni comprender, ni procesar... simplemente "información", saber de la existencia de, enterarse de que se habla... pero sin conocer. Y sin conocer no se puede evolucionar, ni cambiar... incluso para mostrar tu desacuerdo es importante conocer muy bien aquello con lo que estás en contra y por qué. Contraponer ideas no es discutir sobre quién es más patriótico o comparar el nivel de testosterona entre dos opuesto. La política y el fútbol se ha convertido ya en eso.

Al igual que Galeano nos abrió el camino en esta entrada, cerraremos con otras dos reflexiones, ahora de Fernando Pessoa, que vienen al caso.

"Para comprender me destruí. No conozco nada más al mismo tiempo falso y significativo que aquel dicho de Leonardo da Vinci de que no se puede amar u odiar una cosa sino después de haberla comprendido".
"Aquello que, creo, produce en mi un sentimiento profundo, en que vivo, de incongruencia con los demás, es que la mayoría piensa con la sensibilidad y yo siento con el pensamiento".

25 de junio de 2012

Historias de uno y una IV

Una dulce velada de verano junto un galán de noche, irónico escenario para la amarga desazón y angustia que lo carcomía. El dulce olor se ahogaba en el seco clima de interior y, aunque galán, no era sino el espino blanco el que reprimía su acongojado corazón. Por más que buscaba, no recordaba ya las cosquillas del amor, el gusto del beso o el olor de la pasión. Los nervios al encontrarse, la frustración al despedirse... ni siquiera ya el tiempo se detenía cuando estaba con ella. No sabía que había pasado. En realidad, nada pasó, pero nada de eso encontró. Sentía pena por él, -¿como había perdido todo eso?- Sentía compasión por ella -¿Como puedo hacerle esto?- Pero comprendía, que sin duda, esa relación estaba ya condenada al fracaso. - "Quizá no fue culpa de nadie, pero tal vez si sea responsabilidad mía no causar más dolor y frustración en algo que incluso ahora mismo sabe ya a pasado"- (pensó él). 
Sus días juntos, sus historias, sus momentos, llagaban a su fin.

La húmeda brisa marina golpeaba dulcemente aquella estrellada noche de verano, dejándole un salado gusto en la boca y causándole un amargo escozor en los ojos, de los que se desprendían dos lágrimas, sin saber si estas iban o venían del mar. La luz de las estrellas y el reflejo de la luna en las oscuras aguas le recordaban aquella mirada brillante e intensa, que tanto le gustaba y tan poco tiempo era capaz de aguantar, mirándola fíjamente a esos renegridos ojos llenos de luz. Su boca al hablar, gritaba ser mordida. Y su presencia invadía el lugar de un perfume embriagador al que le era imposible resistirse, lo atraía hacía él, cual imán, dejando su fuerza de voluntad hecha añicos. Se ruborizaba al sentir eso de una persona felizmente con pareja, que además le había otorgado con amabilidad su más sincera e inocente amistad. Pero el amor, la pasión... lo hizo preso, y la cordial amistad que debía simular, su celda.

Ambos sintieron una enorme frustración por su amor, convertido ya para cada uno de ellos, a su manera, en su particular desamor. Ambos sintieron lástima y compasión con ellos mismos y para con ellas... o quizá... quizá debería decir mejor para con ella, pues, sin ellos saberlo (y por desgracia tampoco ella) ambos tienen en la cabeza y el corazón a la misma mujer.