20 de octubre de 2012

La Mer de París

París. El otoño hace presencia en la ciudad. Las hojas rojas inundan los parques. El cielo grisáceo y la lluvia humedecen el ambiente, y lo refresca. Aire nuevo, fresco... pero tan cargado, cargado de recuerdos y experiencias únicas que no volverán, o que se van, junto esas suaves pero ya frescas ráfagas de viento. El olor de las hojas húmedas se confunde y entremezcla con el humo que desprenden las primeras chimeneas. Pero también huelen los primeros marrons y los calientes y dulces crêpes de chocolate o de mermelada

Este desangelado, pero a la vez cálido ambiente otoñal, recorre también el cuerpo y la consciencia crepuscular de quien va a cumplir 90 años. Y allí está sentando, contemplándolo todo. Tomando su café. Mientras el otoño vuelve, transcurre, y lo degusta desde aquella silla. 

Recuerda su infancia en el barrio. Aquellas calles, plazas, parques vacíos de turistas, que tan bien conoce, y se le escapa una socarrona sonrisa al pensar en los bancos, que tanto dieron de sí.  Recuerda los cafés, aquellos conciertos en directo, aquellos bailes, ah!... el Moulin de la Galette... y recuerda su mirada, sus ojos, su sonrisa. Aquellos labios que entreabiertos dejaban ver unos dientes blancos y delicadamente perfectos.

Los ojos borrosos por una dulce nostalgia imitan el efecto de la lluvia en las luces de las farolas y los comercios. Y allí está él, recapitulando, el narrador de una historia que llega a su fin. El libro no sigue, o, qué importa como vaya a seguir, él tiene su historia, y es la historia que le gusta, la que ahora recuerda y la que le emociona. No tiene cuerpo ni estómago para más. Quizá volver a revivirla estaría bien... pero no, para qué? él ya la vivió, y allí, aquel lluvioso, frío y otoñal día está repasando a grandes trazos aquella vida. Y eso es lo que le complace. Aquel iba a ser su otoño definitivo. Basta ya de viajes, se dijo a sí mismo... o bueno, por una sola vez más, tal vez aún le quedaba un último por hacer. Aquel que le llevaría al mar.


17 de octubre de 2012

17 de Octubre(s)

17 de octubre de 1989, San Francisco, EEUU. Un chico escribía desde su habitación la enésima misiva a su amada. Era aún temprano, pero el sueño era imposible para nuestro amigo. La cálida luz de la mañana entraba por la ventana. A pesar del nefasto éxito de sus anteriores cartas (pues nunca su amada contestó a una sola) una media sonrisa se dibujaba en la cara de él. Mientras escribía sus simpáticas palabras de amor y  fascinación por la otra persona, los acordes y las palabras de Manha de Carnaval de Luiz Bonfá parecían inspirar aquel mensaje, y volver más cálido -si cabía- el ambiente.

Dos días después, desde el otro lado de la ciudad, una hermosa chica morena, pelo corto y con grandes ojos color de miel leía con tristeza la carta. La Fantasía Impromptu de Chopin sonaba, y el frenesí de notas aumentaba el desasosiego que sentía. Nunca estuvo convencida de lo que sentía por aquel joven, o quizá, y quizá, eso era porque tampoco "podía" o "debía" sentir nada. Nunca dio rienda suelta a sus pensamientos, nunca entró en el juego, y quizá ahora sentía que le gustaba el juego. Nunca le contestó, ni le dijo que le parecía, si es que le podía parecer algo. A esta definitiva carta le hubiera contestado. Pero ya era tarde. No le contestó. Y por siempre y para siempre el chico no recibió nunca una respuesta. 

Nunca hubo un qué, un por qué, un cuando, ni como... solo una ilusión, sentimientos genuinos e incondicionales más fuertes que la determinación y la voluntad de ella. Todo a cambio de nada. Y nunca buscó nada, pues nunca cesó en su empeño de escribirle aquello que sentía, y pensaba que ella merecía saber, en un inocente juego de sinceridad y condescendencia, en el cual el viento siempre soplaba en la misma dirección.

Aquel 17 de Octubre de 1989, San Francisco fue arrasado por un terremoto 7'1 en la escala de Richter. Nuestro joven enamorado, perdió la vida aquel día, junto unos tres centenares más de personas. Curiosamente, la música de Luiz Bonfá le daba la vida cada mañana, incluido aquella de aquel fatídico día. Bonfá nació un 17 de Octubre, pero de 1922. También Chopin murió, en este caso, un 17 de Octubre de 1849. Como murió aquel 17 de Octubre en San Francisco la esperanza para los dos jóvenes. 

Un sentimiento de culpa ahogado oprimía el pecho de aquella chica. Con la carta en la mano, y con Chopin aún sonando, su actitud por alevosa connivencia pasiva la declaraba culpable. No podía perdonarse leer aquellas bonitas palabras muertas en una hoja. Muertas como la vitalidad, pasión e ilusión del chico, que murieron con el terremoto. El Ave Fénix hecha cenizas. 

Y allí en esa hoja, se leía:
Mañana, tan bonita mañana
la vida, una nueva canción
cantando solo tus ojos
tu risa, tus manos
para que haya un día
en que vendrás.
Las cuerdas de mi guitarra
que solo tu amor buscan
viene una voz
hablando de los besos perdidos
en tus labios.