27 de febrero de 2013

Hay que ver que ganas de ver (Deber imposible. Imposible de ver).

Hay quien cataloga la novela de Orwell (1984) de ficción distópica (apocalíptica). No osaría yo calificarla más de esa forma. Va siendo hora de aceptar ciertas cosas. 

Por fin ha llegado el día, en que definitivamente cada uno ve lo que quiere, cuando quiere, de la forma que quiere o necesita. Se ha perdido toda esperanza a un mínimo de objetividad. De un consenso. Siquiera a una convención en temas de casuística. Ya no cabe el análisis de las circunstancias para evaluar una responsabilidad. Y parece mentira, pero en pleno siglo XXI, cuando más y mejor ha avanzado la ciencia y la tecnología -aunque no siempre en la dirección óptima, esperada o ideal- resulta que ya no sirven ni las imágenes, ni los sonidos, ni las palabras... ni la historia tiene ya su peso, su "lugar donde poner las cosas". Son meras anécdotas, excusas, o se convierten en simples y efímeras demostraciones de aquello que convenga -o nos convenga- recordar/justificar/evidenciar... y ni aún así conseguiremos hacer cambiar de opinión a "nuestro opositor contrincante". 

El libro es una novela, ficción por tanto, sí, pero... existe un pensamiento único subconsciente latente en las conciencias de muchos, pero también existen muchos pensamientos que parecen originales, propios, personales, y no lo son ni por asomo. Pero cubren nuestras expectativas vitales básicas. Nos hacen parecer controlar algo, justificar de forma superficial y banal aquello en lo que hemos apostado por creer. Nos han dado lo que necesitamos y el contrario. Doblepensar se llama en la novela. Así tienes algo en lo que creer, y a la vez algo que rechazar, odiar, repudiar -la dualidad, la dicotomía-... Pero en cualquier caso, partimos siempre ya del condicionamiento, del prejuicio, y lo que quizá sea más triste, cada vez nos da más igual que así sea, o que incluso así se certifique, de forma que hasta quede el malicioso mecanismo a la vista. Ni siquiera simulamos o nos molestamos en que sea cierto, no nos importa si así es o no, solo nos importa si se adapta a lo que sentimos, pensamos, deseamos... esa es nuestra coherencia. Y el resto merece nuestra absoluta reprobación, inmediata, automáticamente. Sin análisis. Sin juicio. Sin razón. Sin sentido.

Cuenta el bueno de Orwell que "Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (...) En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido»". 

Actualmente, existen las «líneas de partido», pero no solo eso. Existen miles de lineas más. Cada linea en definitiva es un juicio ético (moral, virtud, felicidad, deber...), incluso estético aplicado a la casuística particular de cada uno. 

Buscar una suerte de consenso, puntos de encuentro, actitudes semejantes, puntos comunes entre distintos... establecer una "hoja de ruta" para verificar lo que es, por lo que es, y no por oposición parece ya un camino irreversible. Las cosas, los actos, los hechos, las personas, las ideas, la naturaleza... son lo que son por ellos mismos, y a veces -con frecuencia incluso diría- nos esforzamos en que sean, nos parezcan, lo que nos gustaría que fueran. Incluso lo que no son.