30 de octubre de 2014

Historias de uno y una V

El verano había sido seco. Como acostumbraba a suceder los últimos años.
Paseaban por la vereda. Junto un río mínimo, por el cual bajaba un tímido rastro de agua, como negándose a desaparecer y dejar yermas tan preciadas tierras.
El verano había sido frío... sí, sin calor -ni color-, desangelado. Sin sol. Bueno, con sol, pero no para ella.
El verano había sido oscuro. Con mucha noche y poco día. Con muchas estrellas y poco sol. Y a pesar de ello, ni tan siquiera llegó él a prometer la luna. Se tuvo que conformar con admirarla de lejos aquella noche fugaz.
El verano había sido largo, contenido, extraño, desconcertante... el verano había sido.

Pero había llegado el otoño. ¿Quién apostaba por el otoño? La primavera tardía había llegado para salvarlos y reunirlos. Ya paseaban juntos contemplando el río mínimo, estragos del verano, con sabor a esperanza y augurio de bonanza, las lluvias otoñales aumentarían su caudal. Pero, por el momento, el cálido sol de medio día ya los calentaba. La brisa agitaba las hojas de color verde perenne, y las rojizas y anaranjadas caducas se preparaban para mudar, mientras el amarillo pasto se movía sensual imitando el bello erizado de unos enamorados. Y por fin el cielo... el cielo era azul, el color de los mejores príncipes, y en él brillaba el sol, su sol.

De esa forma intensa, madura, llena de serenidad y contrastes paseaban juntos cogidos de la mano aquella jornada otoñal. La primavera iba a llegar. Llegaría. Pero aquel amor otoñal significaba mucho. El pueril verano había madurado como si de la uva se hubiera tratado. Y allí al borde de un camino, junto al río, abrazados contemplando tranquila, relajada e intensamente el sol madurando un membrillo, quedaría en su memoria grabado el retrato perfecto y real del amor verdadero, parafraseando inconsciente y mentalmente aquel impulso descrito por André Bazin sobre la necesidad original de superar el tiempo mediante la perennidad de la forma (para mayor envidia de Víctor Erice y Antonio López).
En esa tarde otoñal se pintó el mejor lienzo y se grabó la mejor secuencia de amor de la historia. De su historia. Y para la historia quedará y en sus mentes y corazones permanecerá.