Cuentan que una vez el filósofo Chino Confucio dijo: "los únicos que no cambian nunca son los sabios de primer orden y los completamente idiotas".
Y como ya alguna querida persona comentó en este blog, que dificil tarea es hacer cambiar de parecer al ser humano.
Contaba Platón, en su mito de la caverna, que allá bajo los hombres, atados por pies y manos a unos largos palos, veían inmóbiles las sombras que representaban el "mundo real" (el inteligible para el filósofo Griego). Creían que aquellas imágenes, reflejos tenebrosos de "la realidad", era la "realidad" en sí misma, pero lejos de ello, no eran más que simples sombras.
Siglos después de la existencia de ambos personajes, miles de avances históricos y tecnológicos de por medio, las premisas de Confucio y Platón (y de muchos más) siguen hoy, todavía, a la orden del día.
Vivímos en la la Era de la información, en una sociedad donde el acceso al conocimiento es "libre" y está al alcance de "todos". Nunca conocer, saber, fue tan sencillo.... o no... ¿es realmente cierta esta premisa?
Las grandes masas de gente, la mayoría de la sociedad, vive subyugada, dominada por lo que se decide que es noticia, como se decide que es, quién la distribuye y como se cuenta. En definitiva, los medios de comunicación, sin escepción, nos proyectan las sombras que el resto de mortales percibimos como "la realidad" atados de pies y manos. Es más, ¿quienes somos nosotros para cuestionar lo que dice fulanito en tal periódico/canal/blog? No solo es fulanito -que tiene una prosa tan elegante y atractiva- sino que además hay una marca que certifica y avala aquello que se dice (el medio de comunicación).
Entonces pasamos a la "verdadera realidad", aquella que nos atrapa y supera y solo nos deja ver quién escribe, como lo escribe, que dice, y donde lo escribe. El marketing, la marca, el mercado, los valores (abstractos, ficticios, especulativos) avalan aquello que se escribe y lo que dice. Y ¿quienes somos nosotros para no aceptarlo tal cual? Al fin y al cabo, el snobismo, el cinismo, el forofismo, integrismo... son los daños colaterales de lo que Guy Debord pasará a llamar La sociedad del espectáculo, y aceptaremos a nuestros propios gurús sin reproches. El envoltorio es lo que cuenta, parecer, repetir, convencerse... "todo lo que una vez fue vivido se convierte en una mera representación"... que más da lo que yo/tú/él/nosotros conozcamos, hayamos visto, vivido, sufrido... al fin y al cabo este artículo, esta frase, este vídeo lo firma fulanito, y; está tan bien redactado, lo ha dicho tan bien, que bien le queda el traje, el pin, ese premio que le dieron, ese peinado nuevo que lleva... tiene que ser así!
Quienes somos para dudar de su palabra, de su buena fe, de la objetividad e independencia del medio para el que trabaja, o para enjuiciar almenos mínimamente sus argumentos. Quienes somos para contrastar la información -y dudar así de la fuente-. Quienes somos para anteponer nuestros propios pensamientos e ideas, nuestros análisis, o simplemente en creer aquello que vemos... formar nuestra opinión mientras conocemos (por nosotros mismos) y no mientras nos hacen conocer (sustituyendo lo que tu ya has vivido en una simple representación).
Información y opinión se mezclan, y al "pobre" receptor ya no le da para separar que es una y cual la otra.
Aprender, buscar, pensar, conocer... cambiar de parecer -no es ningún drama- siempre que tengas bien claro lo que haces y seas consecuente en tus argumentos/actos (forma parte del aprendizaje).
En cambio repetimos frases, patrones, prototipos, argumentos sin un criterio propio. La forma es más importante que el contenido, la ideología más importante que los argumentos, y las palabras no describen ya las imágenes, sino que las reescriben.
Mientras todo esto pasa, seguimos defendiendo con vehemencia atados de pies y manos en lo más hondo de la caverna de Platón, que aquellas sombras que vemos (y cada uno quiere ver lo que cuenta... o le cuentan) son la pura y cristalina realidad, cual sabios de primer orden... aún aceptando el riesgo de quedar solo como unos auténticos idiotas.