Dormía. ¿Dormía? Quizá, tal vez... pero no, sabía en el fondo que no dormía, o sabía quizá, tal vez, que no dormía profundamente.
Estaba flotando en la habitación. Era consciente del momento. Que digo del momento, del no momento. Del no tiempo. El tiempo no pasaba, no corría la noche hacía el día. Una suave música aletarga su mente, y él, aprisionado, sigue su tranquilo ritmo traducido en un palpitar bajo y una respiración mínima y profunda. Es consciente de todo eso, pero allí está, hipnotizado, narcotizado, paralizado, extasiado por todo.
Es curioso, sabe que lleva largo tiempo así, está consciente, pero... el tiempo no pasa, y él sigue sin poder moverse. Solo escucha, escucha esa música, esa suave voz, exótica, que no entiende, pero que lo tiene preso entre el subconsciente y el momento, allí, contra la cama.
De repente, algo sucede. Se pone a pensar... que pasa, me habré despertado, donde estoy, que hago aquí y así... mientras tanto, la música sigue sonando, misma intensidad pero, en distinto plano. La chica de la voz narcótica ya no tiene el poder. Y él empieza a recordar. Recuerda su casa, su cama... recuerda acostarse cansado, agotado... recuerda el calor que hacía... recuerda todas la cosas que hizo, y las que tiene que hacer...
Mientras va recordando, sin mover un solo músculo aún, la música se va desvaneciendo, y el espíritu celestial de esta ahora solo es un repetitivo mantra que lanza un simple reproductor. El calor de la habitación le va volviendo al cuerpo, y la luz parece que quiera despuntar y entrar tímidamente por su ventana. Ahora si es plenamente consciente, ahora si siente el tiempo como pasa, y siente de nuevo, y de manera muy distinta, como sigue sin poder escapar. Ahora, de su nueva realidad.
Sigue sin moverse aún, pero sabe que pronto lo hará, es momento de levantarse y continuar. Ya es plenamente consciente... consciente, que una noche más, se le escapó el tiempo y se quedó sin saber que le quería decir la chica de la canción.
Estaba flotando en la habitación. Era consciente del momento. Que digo del momento, del no momento. Del no tiempo. El tiempo no pasaba, no corría la noche hacía el día. Una suave música aletarga su mente, y él, aprisionado, sigue su tranquilo ritmo traducido en un palpitar bajo y una respiración mínima y profunda. Es consciente de todo eso, pero allí está, hipnotizado, narcotizado, paralizado, extasiado por todo.
Es curioso, sabe que lleva largo tiempo así, está consciente, pero... el tiempo no pasa, y él sigue sin poder moverse. Solo escucha, escucha esa música, esa suave voz, exótica, que no entiende, pero que lo tiene preso entre el subconsciente y el momento, allí, contra la cama.
De repente, algo sucede. Se pone a pensar... que pasa, me habré despertado, donde estoy, que hago aquí y así... mientras tanto, la música sigue sonando, misma intensidad pero, en distinto plano. La chica de la voz narcótica ya no tiene el poder. Y él empieza a recordar. Recuerda su casa, su cama... recuerda acostarse cansado, agotado... recuerda el calor que hacía... recuerda todas la cosas que hizo, y las que tiene que hacer...
Mientras va recordando, sin mover un solo músculo aún, la música se va desvaneciendo, y el espíritu celestial de esta ahora solo es un repetitivo mantra que lanza un simple reproductor. El calor de la habitación le va volviendo al cuerpo, y la luz parece que quiera despuntar y entrar tímidamente por su ventana. Ahora si es plenamente consciente, ahora si siente el tiempo como pasa, y siente de nuevo, y de manera muy distinta, como sigue sin poder escapar. Ahora, de su nueva realidad.
Sigue sin moverse aún, pero sabe que pronto lo hará, es momento de levantarse y continuar. Ya es plenamente consciente... consciente, que una noche más, se le escapó el tiempo y se quedó sin saber que le quería decir la chica de la canción.
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