14 de septiembre de 2010

Redes Sociales


Decir que el mundo avanza a una velocidad de vértigo se ha convertido en un tópico tan manoseado que hasta resulta ridículo. Pero no es menos cierto que a veces los cambios en nuestra manera de comportarnos como sociedad se producen de una manera tan rápida y sutil que apenas nos damos cuenta. Hasta hace muy poco tiempo, aunque ahora nos parezca dificil de creer, las relaciones interpersonales estaban a años luz de lo que son hoy en día.

Las redes sociales han llegado para quedarse, eso nadie lo duda. Aparecieron sin hacer ruido, como una prolongación lógica e inofensiva del avance tecnológico que avanza imparable desde que Internet se convirtió en una herramienta al alcance de todo el mundo. Lo que en un principio era un instrumento para buscar cualquier tipo de información o para estar enterado de todo lo que sucede en el mundo se ha transformado en una inmensa trama de posibilidades de interconexión entre las personas de cualquier lugar.

Esto, por sí mismo, no es malo, ni mucho menos. Sería de necios afirmar que la "cultura de bar" es mejor para relacionarse sólo porque ha sido la tradicional hasta hace bien poco. Los tiempos cambian, y aunque la tendencia se desplaza cada vez más hacia el aislamiento, lo cierto es que -todavía- no hay que echarse las manos a la cabeza anunciando el fin de los tiempos y proclamando que dentro de nada las personas no hablarán entre sí a no ser que haya una pantalla de por medio.

Como todo, es un tema de educación. Las redes sociales no son buenas ni malas por naturaleza, sino que todo depende del uso al que se les someta. Redes como Facebook o Twitter, por citar las más conocidas (dejo aparte Tuenti y otras redes porque nunca las he utilizado), son herramientas que, bien usadas, pueden tener una función muy importante. Y es que, si algo caracteriza a este tipo de páginas, para bien y para mal, es su polivalencia. En ellas puedes tanto compartir las fotos de la boda de tu primo o de tus últimas vacaciones como estar al tanto de las últimas noticias o "actualizaciones" de tus artistas, portales o páginas web favoritas. Es esta segunda opción la que es (en mi modesta opinión), la más destacada en estas redes, puesto que pone a tu alcance, de una manera visualmente muy concentrada y concisa, las últimas novedades de todo aquello que te interesa, sin tener que visitar una por una muchas páginas.

Sin embargo, no podemos negar tampoco la cada vez mayor tendencia de los usuarios hacia el exhibicionismo, tanto físico como sentimental, en las redes sociales. También tenemos el "peligro" de encontrarnos con gente que publica datos sobre el estado de su tránsito intestinal o sobre sus más íntimos sentimientos amorosos, muchas veces sin ser conscientes de la cantidad de personas que pueden acceder a esa información. No nos engañemos, nadie (y me incluyo) lee en su totalidad las condiciones de uso de esas redes sociales, por considerarlas largas y engorrosas, y sin darse cuenta está ofreciendo a la página la posibilidad de utilizar datos privados a su antojo, con las consecuencias que ello puede acarrerar. Ante esto, la solución pasa una vez más por el sentido común, y por informarse mínimamente de los niveles de privacidad que pueden alcanzar nuestras cuentas para así limitar el acceso a ellas a las personas que nosotros decidamos.

Hace pocos días, el rapero Tote King -que pasa por ser uno de los mejores MC's de nuestro país- publicaba un tema llamado Redes Sociales en el que critica la obsesión de muchos por convertir su propia vida en una actualización de estado continua, y la necesidad de estar continuamente pendiente de las vidas ajenas. Además, Andrés Calamaro también hacía público su descontento con este tipo de redes, especialmente con Twitter, una red que, por otro lado, el cantante había estado utilizando con asiduidad.

Se trate de una llamada a la rebeldía por parte de estos músicos, o simplemente de una estrategia de marketing destinada a la autopromoción, lo cierto es que el llamamiento al abandono de las redes sociales no puede considerarse ni mucho menos una tendencia, sino todo lo contrario, una excepción. Cada vez son más los artistas, escritores, políticos y gente de la farándula en general los que se "apuntan" a las redes sociales. En su caso, el objetivo está bien claro: alimentar a su cohorte de "seguidores" (en Twitter) o "fans" (en Facebook) con las últimas noticias relacionadas con su vida privada o su quehacer público. De nuevo hay que distinguir entre las actualizaciones destinadas a informar, protestar u opinar (muy loables) y aquellas que se encuadran dentro de la "vida privada" del susodicho, y sobre las que cada uno decide hasta que punto le pueden interesar.

Lo que está claro es que el presente (o el futuro, que viene a ser casi lo mismo en esta vorágine de tecnología) pasa por la asunción de este tipo de comunicación interpersonal como algo cotidiano, habitual y casi con toda seguridad, mayoritario. Para las nuevas generaciones de padres y docentes será un reto capital la educación de los niños y jóvenes en esta clase de redes sociales, porque de su sentido común dependerá el uso que hagan de ellas, y también el nivel de implicación que tengan con ellas. Hay que preparar a la sociedad para que utilice, siempre con cabeza, unas herramientas tan apasionantes como peligrosas.




2 de septiembre de 2010

Historias de uno III


Una habitación. El hombre que la ocupa está junto un ordenador. No obstante parece no hacerle mucho caso (puede que fuere que el ordenador no le hace mucho caso a él). Sentado en una silla, apoya los pies sobre el vano de la ventana. Mira fíjamente por ella. Piensa. Reflexiona.
Miles de palabras y caracteres le aguardan en la pantalla. Ninguna parece decirle nada. Está con todo el mundo y con nadie. El ordenador ha quedado desplazado. Se siente solo, las palabras se suceden y repiten, vacías de contenido. Allí parece estar todo y todos, sin embargo, él está en esa habitación, con los pies en el vano de la ventana, y mirando la luna. Comprendido por nadie y al amparo de nada.
De repente nada tiene sentido. Piensa como ha llegado a esa habitación. Cual ha sido su viaje hasta allí. Mira de reojo la pantalla. Ahora con desdén. Sus ojos muestran un atisbo de resignación, pero sobre todo muestran aflicción.
De repente una perseida le sorprende. Se queda un momento paralizado, mira el oscuro firmamento como si fuera la primera vez. Cuando vuelve en si, a la habitación, se percata de que una conocida canción suena. Decide desconectar el ordenador. Ya es bien entrada la noche, esas horas en que el tiempo se paraliza. No sabes si es tarde o pronto. Si acaba o empieza un día.
Sigue sonando el tema Por mi camino, de The Iguanas. Nuestro amigo parece que tampoco sabe si algo acaba o empieza, empieza a acabarse o acaba de empezar. A pesar de todo deja la ventana (abierta) y sigue su camino... camino a la cama.