2 de septiembre de 2010

Historias de uno III


Una habitación. El hombre que la ocupa está junto un ordenador. No obstante parece no hacerle mucho caso (puede que fuere que el ordenador no le hace mucho caso a él). Sentado en una silla, apoya los pies sobre el vano de la ventana. Mira fíjamente por ella. Piensa. Reflexiona.
Miles de palabras y caracteres le aguardan en la pantalla. Ninguna parece decirle nada. Está con todo el mundo y con nadie. El ordenador ha quedado desplazado. Se siente solo, las palabras se suceden y repiten, vacías de contenido. Allí parece estar todo y todos, sin embargo, él está en esa habitación, con los pies en el vano de la ventana, y mirando la luna. Comprendido por nadie y al amparo de nada.
De repente nada tiene sentido. Piensa como ha llegado a esa habitación. Cual ha sido su viaje hasta allí. Mira de reojo la pantalla. Ahora con desdén. Sus ojos muestran un atisbo de resignación, pero sobre todo muestran aflicción.
De repente una perseida le sorprende. Se queda un momento paralizado, mira el oscuro firmamento como si fuera la primera vez. Cuando vuelve en si, a la habitación, se percata de que una conocida canción suena. Decide desconectar el ordenador. Ya es bien entrada la noche, esas horas en que el tiempo se paraliza. No sabes si es tarde o pronto. Si acaba o empieza un día.
Sigue sonando el tema Por mi camino, de The Iguanas. Nuestro amigo parece que tampoco sabe si algo acaba o empieza, empieza a acabarse o acaba de empezar. A pesar de todo deja la ventana (abierta) y sigue su camino... camino a la cama.

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