3 de diciembre de 2010

Historias de una III

Le encantaba viajar. Simple y llanamente. Sola o acompañada. En invierno, en verano, primavera u otoño. Cualquier época, mes, día o momento era bueno. No tenía una preferencia. No sabía cuándo ni dónde iría, y una vez allí... una vez allí miraba, contemplaba, disfrutaba, percibía. Sentía a la gente con que se encontraba, empatizaba sensorialmente con ellos, desde el silencio. Nunca hablaba. Pero en sus viajes había tristeza, alegría, amor, euforia, melancolía... y sobretodo, una tranquila y relajante sensación de paz. En sus viajes podía contemplar, pasear, bailar, bañarse, dormir... pero siempre terminaba experimentando esa sensación de paz en su interior.
Margarita tenía 82 años. Vivía en un pueblo de 43 habitantes. Nunca había salido mucho más allá de los límites del pueblo. Bueno, recuerda que de niña la llevaron a una casa, "por allí la ciudad". Ella aún no sabe por qué. Hace menos que volvió a salir del pueblo, esta vez para el hospital provincial. Estos son los únicos desplazamientos de lugar más significativos de su ya longeva vida. No obstante, ella, desde el banco de la cocina nos explica como viaja cada día. Mientras guisa un caldo nos enseña la radio con la que escucha música, y un viejo "tocadiscos" que le regaló hace años el médico de la zona. Escucha música y viaja con ella. Viaja a sitios que ha visto en su viejo televisor, que ha leído o que le han contado. Viaja cada día, con cada canción. Incluso nos confiesa que a veces una misma canción la lleva a sitios diferentes.
Hoy, como cada día ha emprendido un nuevo viaje. Sabía que algún día ella no volvería de uno de ellos. Certeza la suya. En este momento, la radio y el "tocadiscos" la esperan en casa. Ninguno suena. Guardan duelo, pues Margarita ha iniciado hoy su último viaje, el definitivo, del que no volverá.
Vio, conoció, sintió, viajó... vivió con música... y murió en silencio en el lugar donde nació y creció.

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