18 de abril de 2011

Con el juego no se juega


El otro día, en su mecedora favorita, sentado en el porche del patio de su casa recordaba...
Recordaba cuando era niño. Reía, jugaba... lloraba, pero volvía a reír, a jugar... y así la mayoría del tiempo. Nunca tenía suficiente y siempre procuraba hacerlo. Era su ocupación, casi un deber, o así pensaba para él en aquel entonces.
Ahora está sentado en su mecedora favorita frente al patio de su casa. Mira a sus hijos, a sus sobrinos... ellos no juegan. En su vocabulario, en su comportamiento, en su actitud... ellos emulan, imitan a los mayores. No hacen cosas de mayores jugando, se comportan como ellos, ese es el juego. Al mismo tiempo, piensa mientras se mece contemplando el panorama, los adultos cada vez se comportan más como niños. No quieren saber de obligaciones, de responsabilidades... y sus salidas de tono son peores y más inmaduras que aquellas inocentes chiquilladas por trivialidades del juego.
Sigue sentado frente el patio de su casa, en su mecedora favorita, triste y desolado con que los niños se comporten como mayores y los mayores como niños.

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